“Quite
todos los lácteos de su dieta”. Esta recomendación es cada vez más frecuente y
seguida por algunos pacientes de fibromialgia. La justificación suele ser que
los lácteos “ensucian” o “intoxican” el cuerpo, pero esta afirmación no tiene
mucho sentido si no se analiza la dieta completa de la persona. El resultado de
seguirla es que en algunos casos se produce una mejora, sobre todo a corto
plazo, pero en otros muchos casos no. ¿Por qué?
La
explicación más plausible:
Los
lácteos son alimentos muy ricos en nutrientes, especialmente proteínas,
vitamina D y calcio, pero además también en grasas de tipo saturadas. Estas
grasas son necesarias en la dieta pero en una baja proporción pues, de lo
contrario, tienen efectos negativos para la salud como contribuir a aumentar el
riesgo cardiovascular, y la ganancia de peso. De alguna forma podríamos decir
que si se toman en exceso pueden “ensuciar” el organismo y dificultar sus
funciones. Sin embargo, esto depende en gran medida de la cantidad de lácteos
que tome la persona, el tipo de lácteos, y el resto de la alimentación. Tomar
un par de raciones de lácteos, a ser posible desnatados, dentro del contexto de
una dieta equilibrada no es negativo, todo lo contrario, nos ayudará a
conseguir una ingesta óptima de vitamina D y calcio. Entre los lácteos, sí que
es interesante destacar que la leche no es la mejor, y que si un lácteo debemos
escoger por su excelencia nutricional es el yogur. Dos yogures al día y una
ración de algún otro lácteo desnatado (o bajo en grasa) es una buena opción.
Sin embargo, ¿qué sería lo perjudicial? Cuando la dieta no es
equilibrada, cosa que suele suceder en personas con fibromialgia, y se recurre
a la leche, al queso o a otros productos lácticos como fuente importante de
energía en diversos momentos del día y cada día. Eso no es adecuado pues
cargamos al organismo con demasiadas grasas saturadas en detrimento de otras
más saludables, como las omega-3 (presentes en los frutos secos o el pescado
azul) que tienen un potencial
antiinflamatorio muy importante para la fibromialgia y otras enfermedades
crónicas. También hay que tener en cuenta que, algunas de las personas que
encuentran una mejora con esta eliminación, es debido a una intolerancia a la
lactosa, más o menos acentuada, que es relativamente habitual en adultos y que
evidentemente mejora al eliminar este nutriente de su alimentación. La
intolerancia a la lactosa es un proceso fisiológico normal, nos sucede a todos
con la edad pues perdemos, total o parcialmente, la función de un enzima
llamado lactasa que se encarga de digerir la lactosa. Al pasar la lactosa sin digerir al intestino produce fermentación, gases e inflamación. Pero como en esto hay mucha
variación en la población, muchas personas adultas siguen manteniendo activa
su lactasa y pueden tomar lácteos sin problema.
El
riesgo:
El
hecho de “eliminar todos los lácteos de la dieta” entraña un riesgo de
desequilibrio nutricional. Así, son muchos los pacientes, la mayoría mujeres
en épocas cercanas a la menopausia, que siguen esta pauta sin hacer ningún
cambio más en su dieta, entonces, ¿cómo compensan la disminución de ingesta de
calcio?, ¿qué pasa con su metabolismo óseo?, ¿qué pasa con el riesgo de
osteoporosis? Si se sigue esta recomendación es necesaro acompañarla de otras
recomendaciones alimentarias y de seguimiento dietético.
La
recomendación:
Si
eliminamos los lácteos de la dieta debemos hacerlo de la mano de un profesional
de la salud, experto en nutrición, que valore nuestra dieta en su conjunto y
que nos explique qué otros cambios deberíamos hacer para mejorar nuestra
alimentación y en especial para compensar los nutrientes que dejaremos de tomar
al dejar los lácteos. Será muy importante por ejemplo que la persona que deja
de tomar leche, yogures, queso, etc, incremente el consumo de frutos secos y de
verduras de color verde intenso, pues así podemos mantener el aporte de calcio y vitamina D
al organismo. Además, haciendo este cambio conseguimos beneficios adicionales como bajar el
contenido total de calorías de la dieta y cambiar las grasas saturadas por
grasas tipo omega-3 que son mucho más saludables. De este modo, eliminar lácteos no entrañaría riesgos.
Un
apunte:
Es recomendable consumir uno o dos yogures al día ya que el yogur contiene poca lactosa, tiene una cantidad de grasa total muy baja,
aporta microorganismos vivos (fermentos) que son beneficiosos para nuestra
flora intestinal, y es una buena fuente de calcio y de vitamina D[1]. Además, el yogur puede sustituir otros
alimentos con más grasas o azúcares que en ocasiones tomamos después de las
comidas o entre horas.